jueves, 2 de abril de 2009
MILENIO 02/04/09
IRREGULAR
“Las siguientes imágenes muestran escenarios reales. Los sujetos fotografiados están representándose a sí mismos. Cualquier semejanza con la realidad no es una coincidencia”. Este epígrafe podría muy bien aplicarse al trabajo fotográfico de Ingrid Hernández, si no fuera porque en sus imágenes no aparecen personas, sólo construcciones informales y objetos domésticos. La artista y socióloga, nacida en Tijuana, afirma que en su trabajo, la ausencia de la figura humana responde a su intención de que sean los propios observadores quienes construyan en su mente la personalidad y fisionomía de los habitantes de los espacios mostrados. Fernando Leal escribió en 1935, las siguientes palabras sobre la obra de Manuel Álvarez Bravo, que también se ajustan al contenido del trabajo de Hernández: “Personajes que habitan en un claroscuro donde se desvanecen y se convierten en fantasmas [...] los objetos inanimados se convierten en espectros”. Según la propia autora, para ella es imposible separar su visión sociológica de su interés estético, ésta unidad se verifica en su trabajo, no sólo porque son dos partes inherentes a su persona, sino porque son inseparables en la tradición fotográfica mexicana. Su libro “Irregular”, que recientemente se presentó en el Palacio de Bellas Artes, fué editado por el programa Tierra Adentro de Conaculta y el Cecut. La edición consta de 40 fotografías tomadas entre 2004 y 2008, en interiores y exteriores de viviendas ubicadas dentro de asentamientos irregulares en Tijuana y Bogotá.
En el ensayo que presenta el trabajo, el productor visual Alejandro Navarrete menciona el libro “Ricas y famosas” en cuanto a su componente de crítica social, como un ejemplo de una visión opuesta a “Irregular”, aludiendo al primero como un trabajo de carácter fugaz. Curiosamente, tanto el epígrafe de marras como la cita del texto de Leal, fueron tomadas del libro de Daniela Rossell, si “Irregular” hubiera tenido intención alguna de contrastar con el contenido de “Ricas y famosas”, entonces quizá se hubiera tenido que llamar “Pobres y anónimos”.
Lorenzo Rocha
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